jueves, 13 de junio de 2019

LAS PERIODISTAS REPUBLICANAS EN LA GUERRA CIVIL



LAS PERIODISTAS REPUBLICANAS EN EL MADRID DE LA GUERRA CIVIL

Por Rafael Cordero Avilés
Las periodistas que defendieron con la pluma a la República Española fueron objeto de una conferencia homenaje en estos días, en el Ateneo de Madrid. La misma corrió a cargo del periodista e investigador histórico de la UCM, Rafael Cordero Avilés, quien ya abordó esta cuestión de manera más genérica, en su reciente tesis doctoral, ‘Periodismo y periodistas republicanos en el Madrid de la Guerra Civil’ (1936-1939) de la que se desglosa este vital capítulo de heroínas olvidadas.
El conferenciante que fue presentado y tuvo como eficaz maestra de ceremonias, a la destacada y veterana locutora de la radio española, Aurora Alcrudo de Andrés, comenzó su intervención, haciendo una aproximación histórica, recordando a aquéllas primeras mujeres impresoras, como Catalina del Barrio y Angulo, Francisca de Alculodi, en el siglo XVII y Beatriz Cienfuegos, en el XVIII, sentaron las bases, en el arte de imprimir, de lo que andando el tiempo, llegarían a ser las mujeres periodistas.
A estas primeras precursoras, siguieron ya en el siglo XIX, otras no menos ilustres, pero aisladas figuras, dentro de un mundo, abrumadoramente masculino, en casi todas sus facetas. Fueron las Concepción. Gimeno Flaquer, Concepción Arenal Ponte, Emilia Pardo Bazán, aristócrata de ideas liberales y feministas; la corriente católica pero convergente con las demás de Celsia Regis y sobretodo, la que está considerada como la primera mujer redactora en plantilla de un periódico: Carmen de Burgos y Seguí, la popular Colombine, que al igual que le pasara a su predecesora Concepción Arenal que debía acudir a clase en la universidad, vestida de caballero; se vio obligada a pasar sus enjundiosos artículos, como si fueran fruto de la pluma de uno de sus insignes colegas masculinos.
Una república feminista.

Una de las primeras cosas que hizo el gobierno de la República, fue conseguir en el Parlamento, el voto para las mujeres, defendido magistralmente por Clara Campoamor con el apoyo del Partido Socialista Obrero Español y en contra del parecer de muchos otros; incluidas destacadas representantes del mundo femenino, como Victoria Kent, que consideraban que la mujer aún no estaba culturalmente preparada para asumir sus destinos políticos y que esto, beneficiaría solamente a las derechas, como así sucedió en los siguientes comicios de 1933.
Para entonces la mujer, como ya lo estaba haciendo en otras profesiones, como el Derecho y el Magisterio, comenzó a cobrar carta de naturaleza, en los alrededor de dieciocho diarios de mañana y tarde que en los añostreinta, le contaban la vida y lo que sucedía alrededor, cerca de un millón de madrileños.La semilla estaba plantada, ya Arenal, en el siglo XIX y Colombine, Celsía Regis y Sofía Casanova, había ejercido como eficaces corresponsales de guerra, tanto en la guerra de Marruecos, como en los frentes de la Gran Guerra, ésta última. Estando presente en el momento inicial de la Revolución soviética, para ser la primera periodista extranjera, en entrevistar al dirigente comunista León Trostky.
Los nombres de María Lejárraga, Isabel Oyarzábal, Matilde de Torre, la propia Clara Campoamor o Consuelo Álvarez Pool, desde la esfera política; o las nuevas y audaces periodistas, como Magda Donato (Carmen Eva Nelken) , Luisa Carnés o Josefina Carabias, capaces de las mayores argucias y audacias, para conseguir llegar hasta las entrañas de un periodismo de marcada denuncia social y su preferencia por mostrar a los lectores las vidas de las personas más humildes con un estilo ágil y directo, que nos hace relacionarlo con lo que en aquellos mismos años, al otro lado del Atlántico, en los EE UU, estaba iluminando para la pantalla cinematográfica, el director norteamericano Frank Capra. Quince años después tomaría oficialmente carta de naturaleza, lo que se ha venido en llamar el Nuevo Periodismo, a cargo de Wolf y Truman Capote, entre otros.
Pero a juicio del conferenciante, estas señas de identidad ya estaban presentes, en los artículos, sobre la vida en Vallecas o las de las empleadas de los salones de Té, de Magda Donato y Luisa Carnés, con su novela Tea Rooms, recientemente reeditada y prologada por Antonio Plaza, editor también de todos sus cuentos, dispersos en numerosas publicaciones y de su obra periodística completa, de cuya producción correspondiente a la guerra civil, se ocupó también, el autor de estas líneas, en su tesis doctoral, aún inédita.

Las chicas de la radio.
En el contexto de un feminismo en ascenso, la llegada de la II República, en abril de 1931, supuso para las mujeres españolas, la posibilidad de ampliar sus horizontes vitales y profesionales, secularmente reducidos al ámbito del hogar y al cuidado de la familia, aunque con la irreductible oposición de la Iglesia Católica y los sectores más conservadores que veían con casi absoluto rechazo, muchas de las manifestaciones y de los avances de las mujeres, en pos de la igualdad.
La llegada de la radio comercial en 1924 supuso un gran aldabonazo que, contra lo que pudiera creerse, las mujeres feministas, aprovecharon desde su primer momento. Y como muestra ahí están las charlas y conferencias de esta índoles que Teresa de Escoriaza, pronunció ya en ése mismo año, a través del micrófono de Radio Ibérica primero, y desde Unión Radio de Madrid, antecesora en el tiempo de la cadena S.E.R., después.
En 1930, nace “La Palabra”, el primer diario hablado de la radiodifusión española, que tenía tres ediciones al día y que desde el primer momento, cuenta ya con la voz de una mujer, Lola Agulló, como presentadora del mismo. En 1932 y hasta 1936, llegaría Josefina Carabias, con su juvenil dinamismo y la sobria elegancia de Julita Calleja.Nombres a los que una vez iniciadas las hostilidades, se unirían las voces atronadoramente enardecedoras de Margarita Nelken y Dolores Ibárruri, Pasionaria; en defensa de la legalidad republicana; junto a una legión de improvisadas locutoras, como Ketty Levy Rodríguez, Enriqueta O ́Neill de Lamo, Lucía Sánchez Saornil o la Dra. en Medicina Amparo Poch. Estas dos últimas, desde el anarco feminismo, que tuvo en la organización Mujeres Libres, su más alto exponente.
Durante la guerra se incorporarían una nueva hornada de redactoras, la mayoría muy jóvenes, entre 16 y 18 años, procedentes de las organizaciones juveniles de los partidos, como la J.S.U,, que habían tomado las riendas de la mayoría de las publicaciones, sometidas a la intervención y el control obrero. En ese sentido, la escuela de periodismo de Mundo Obrero, regida por su director, Manuel Navarro Ballesteros, aportó sabia nueva al esfuerzo de la lucha con relevantes talentos, como Carmen Hurtado de Mendoza, y otras redactoras de MO, de las que no hemos podido verificar su procedencia de dicha escuela. Es el caso de Concepción Santalla Nistal, primera mujer periodista en España, que asumió como vocal, un puesto directivo en la última junta de la Asociación de la Prensa de Madrid, en enero de 1939; y Carmen Landeta Tutor.
Las redactoras de “Ahora”, Margarita Gómez, Esperanza Agudo Bueno, Amparo Carmona Fisac y Antonia Sanz Veguillas, que pasaría posteriormente, al diario comunista.

Periodismo en una situación límite

En el otoño de 1936, Madrid comenzó a sufrir directamente, por tierra y por aire, el acoso de las fuerzas que se habían sublevado en Marruecos, y que durante aquel sangriento verano, ascendieron por las carreteras de Andalucía y Extremadura hasta plantarse ante la capital, en noviembre.
La situación allí, no podía ser más desesperada. No había papel, ni armas. El gobierno se había trasladado a Valencia y la defensa que la mayoría de los observadores anticipaban como imposible, fue entregada in extremis, junto con un sobre de instrucciones reservadas, al sereno general Miaja.En ese contexto de sensación de abandono, por un lado, y de llamada a la resistencia a ultranza, por otro, por parte de los periódicos y de las emisoras de radio madrileñas, tuvo lugar un hecho imprevisto y que hizo contener el aliento a un mundo en plena convulsión que, todavía, no se había cansado de la guerra española.
Madrid resistió. Aguantó el brutal envite de las fuerzas africanas que la asediaban por tres sitios y los detuvo, nada menos que durante los siguientes 29 meses, y hasta el último día de la contienda, en que prácticamente, los asaltantes quedaron clavados, ante las puertas de Madrid, detenidos por una muralla humana cuyas voluntades de resistencia bebieron de las gestas reales o ficticias y del inquebrantable espíritu de resistencia que desde aquel muro de papel, le insuflaron aquellas voces aventadas y perdidas en la nebulosa del tiempo y el obligado olvido .

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